Contenidos
- 1 La rendición: intervención familiar en adicciones
- 2 Primer fruto del tratamiento: la terapia de familia
- 3
- 4 Las dudas sobre la recuperación: enfermedad vs vicio; el ‘amor duro’
- 5 El complejo de culpa: hasta dónde podían llegar con su ayuda
- 6
- 7 La ‘liberación’ de hábitos de las familias es posible
- 8
- 9 El reencuentro con el paciente: los cambios y la mejor calidad de vida
- 10 Hacia la salida del ingreso: el papel decisorio del equipo terapéutico
- 11
- 12 La recuperación desde el entorno familiar propio y la autonomía del paciente
La rendición: intervención familiar en adicciones
Uno de los factores clave de la recuperación consiste en que el paciente se rinda al tratamiento. Ello implica, en primer lugar, que no pretenda establecer fecha para la finalización de su ingreso. En segundo término, dado que va a permanecer un tiempo desconectado de su anterior vida cotidiana, el centro aconseja la delegación en un familiar de todas las cuestiones prácticas que todavía le preocupen, la intervención familiar en adicciones es una herramienta más del proceso del tratamiento.
Ello incluye: la baja médica, las cuentas personales, deudas, así como el no hacerse expectativas de futuro respecto a su puesto de trabajo. Los familiares, coordinados por el equipo terapéutico, serán quienes tramiten todo lo necesario para que el paciente se centre solamente en su tratamiento.
Primer fruto del tratamiento: la terapia de familia
Terapeuta: ¿Entiendes qué es un enfermo?
Familiar: Al principio no. Yo quiero verlo recuperado; los hermanos no pueden seguir sufriendo el problema. Ha de recuperarse.
Terapeuta: El adicto lo pasa muy mal. Es un pozo sin fondo de sufrimiento.
Familiar: Nos gustaría que ahora pueda ser feliz y hacer feliz a su familia.
Terapeuta: Él no dejaba de consumir porque no podía, es adicto, es decir, está enfermo.
La terapia familiar, con diálogos como el anterior, trabaja fundamentalmente con las emociones de los familiares. Esta terapia es para ellos. Es la ocasión que tienen los familiares de afrontar su sufrimiento, la culpa que arrastran por el comportamiento de su familiar adicto.
A la terapia de familia también asisten los pacientes ingresados y algunos pacientes externos -ya veteranos- con sus familias. Al ser de familia, en esta terapia sólo se escuchan testimonios de familiares, bajo la coordinación de los terapeutas.
Veamos algún testimonio real más para aproximarnos a la dinámica terapéutica de grupo:
Familiar: Yo me enteré del problema porque se lo contó a mi marido. Creía que tenía una adicción al juego. Cuando vivía con su novio, vi que adelgazó mucho. Me sentó fatal cuando me enteré. Creía que era un vicio, que lo podía dejar. En mi caso no soy nada adicta. Es una suerte por mi forma de ser. Me costó mucho entender que era una enfermedad.
El primer centro al que fuimos, de Proyecto Hombre (PH), fue bastante bien. Era obediente. Tenía que estar todo el día conmigo. En PH nos exigieron que lo contáramos a sus abuelos. Yo me preguntaba para qué: no quería explicarlo. Les dije que sí, pero después de dos meses seguía sin querer contarlo. En total estuvo dos o tres meses. Cuando vi que volvía a consumir sentí mucha impotencia.
Las dudas sobre la recuperación: enfermedad vs vicio; el ‘amor duro’
Suele ser una nota común que el círculo del enfermo -los familiares- sientan culpa por no haber podido ayudar lo suficiente a su familiar adicto. En la terapia de familia se les explica que, en realidad, poco podían haber hecho por contener la adicción; ya que ésta es realmente una enfermedad crónica, con un elevado componente genético, y que se desarrolla tras los primeros contactos con el tóxico.
Una vez en contacto con la sustancia -e independientemente de la edad o del contexto de amistades- el enfermo adicto, más pronto que tarde, desarrolla esta enfermedad. Que, de hecho, está identificada como tal por la Organización Mundial de la Salud (OMS): Trastorno mental y del comportamiento debido al uso de sustancias psicoactivas.
También el enfermo llega, en muchas ocasiones, con un agudo complejo de culpa por sentir que ha fallado a su familia. Una vez ingresado y cuando relata al grupo todos sus desastres, el paciente aprende a transformar esa culpa en responsabilidad.
Familiar: En PH me hicieron sentir culpable. El primer día en Castelao, salí pensando de otra manera. Empecé a sentirlo distinto, por ella [la paciente]: nos hizo evitar tanto sufrimiento… Le agradezco que no nos contara apenas nada de los episodios de su enfermedad en activo para que no sufriéramos.
Durante el ingreso y a lo largo de la recuperación los pacientes viven episodios psicofísicos de ansiedad provocados por la ausencia o el vacío de la droga. Es lo que se conoce como ganas de tomar o tirones, malestar. Estos pueden ser también de tipo sexual ante un determinado estímulo. Por ello, durante al menos 16 meses se recomienda no recrearse con pensamientos ni conductas de este tipo, ya que estas circunstancias acercan la droga al paciente porque la estimulación sexual actúa en la misma zona cerebral que las drogas, generando dopamina.
La terapia de familia es un medio idóneo para que todos (familiares, pacientes y terapeutas) comprueben el avance experimentado en el curso del tiempo.
Terapeuta: ¿Cómo estaba antes del ingreso y cómo lo ves ahora? Y ¿qué has sentido en ambas situaciones?
Familiar: Estaba muy mal, creía que lo perdía. Llegar aquí fue un antes y un después. Durante este tiempo, él ha tenido tirones, yo he sufrido de ansiedad.
He visto la recuperación de la normalización. Yo también hago la terapia. A veces, actúo como la madre del adicto.
Terapeuta: A veces le sale el personaje creado por el consumo.
Familiar: Viniendo a terapia nos damos cuenta de la evolución tan grandiosa.
Terapeuta: Algún día os alegraréis de que vuestros familiares hayan pasado por la enfermedad. Se trabajan tantas cosas que lo agradeceréis. Serán vuestro remanso de paz.
Uno de los aprendizajes más prácticos de las familias es el llamado concepto de amor duro. Es decir, su compromiso por seguir proporcionando al paciente todo el cariño necesario pero haciéndole ver, al propio tiempo, que se encuentra ante su última oportunidad, ya que no hay vuelta atrás. Por lo que pondrán todo su empeño en evitar situaciones, decisiones o atajos que les acerquen a la sustancia tóxica.
El complejo de culpa: hasta dónde podían llegar con su ayuda
Puede considerarse común la falsa creencia en muchos casos de los familiares sobre que podrían haber entendido mejor a los adictos; haber dialogado con ellos en mayor medida o incluso proporcionarles ayuda especializada de un psiquiatra. Pero como se ha señalado posiblemente el adicto desarrolló la enfermedad, que la tenía incorporada de forma latente hace varios años.
Esta constatación de la enfermedad de adicción libera de culpa en todas direcciones: tanto el paciente como sus familiares aprenden a ver su fase de consumo con otros ojos distintos a los del vicio, o de la pretensión de que podían sanar y dejar las drogas a base de fuerza de voluntad.
La ‘liberación’ de hábitos de las familias es posible
Durante un tiempo la familia se ha hallado encadenada a la preocupación por el adicto, lo que provoca una desestructuración de la organización familiar. A medida que avanza en su recuperación, desde la terapia de familia, la de pareja, o en contactos directos, el equipo terapéutico aboga por que el núcleo familiar recupere la normalidad.
Es así como los padres han de recuperar sus hábitos anteriores, o buscar nuevos focos de esparcimiento para su tiempo libre. Otro tanto cabe decir de las parejas y hermanos, que, desde la tranquilidad recuperada en virtud del tratamiento, pueden y deben dedicar mucho más tiempo a ellos mismos.
El reencuentro con el paciente: los cambios y la mejor calidad de vida
El fruto de las terapias y del tratamiento en su conjunto se hace perceptible desde las primeras semanas: cambios en el aspecto físico, que mejora notablemente, y una actitud serena y renovada. Todo lo cual perfila una calidad de vida impensable en los días preingreso.
Hacia la salida del ingreso: el papel decisorio del equipo terapéutico
Cuanto la etapa de ingreso llega a su fin se ponen en marcha las decisiones coordinadas tomadas con la suficiente antelación. A fin de que el ingresado pueda aprovechar todo lo posible esta etapa de ingreso, no es hasta unos días antes de su salida cuando se le comunica su destino inminente en el exterior.
En numerosas ocasiones, el equipo terapéutico -que tiene la capacidad decisoria en comunicación con las familias- opta por que el paciente continúe su tratamiento en las proximidades, para asistir a terapia en el propio centro. De esta forma se aleja al paciente de su foco de consumo, rodeado de obstáculos para que el tratamiento se desarrolle con éxito: personas conocidas relacionadas con el consumo, lugares frecuentados como bares y discotecas, que, sólo con verlos, pueden provocar un indeseado estímulo y el consiguiente tirón o ganas de tomar en el paciente.
La recuperación desde el entorno familiar propio y la autonomía del paciente
El proceso de recuperación constituye un programa integrado en el que se analizan y trabajan todos los aspectos en los que la persona se siente más vulnerable. La dinámica de grupo en las diferentes terapias pone al descubierto todas las facetas de la personalidad y supone una retroalimentación o feedback sobre el que construir emociones limpias.
Muchas veces, el enfermo debe trabajar su personaje de consumo, del que le resulta difícil despegarse, pero que lastra el proceso de descubrirse a sí mismo como ser sano y renovado. Es por ello que, pese a que se lleve dos o más años en tratamiento, es recomendable continuar asistiendo a terapia.
De igual modo, es importante interiorizar la idea de un timing que guíe todas las acciones cotidianas; porque, de este modo, no se olvida que se es enfermo y, además, de por vida.
Cuando se lleva un tiempo prolongado de tratamiento y el paciente se halla inmerso en su círculo familiar, las pautas del enfermo, saludables y ajenas al consumo de sustancias, también son vividas y adheridas por la familia. El crecimiento personal es, así, más rico; y los riesgos de recaída, tendentes a la mínima expresión.
Por otra parte, el paciente puede ser soltero y haber decidido crear su propia vida desde cero, alejada de su anterior zona vital. El desarrollo de pautas y relaciones enriquecedoras seguirá el mismo patrón que en el caso de los enfermos con familia propia.
En definitiva, se trata de un proceso de búsqueda de sí mismo, que se va construyendo de forma pausada pero segura.
La búsqueda de alicientes y estilos de vida sanos y propios ya no dependerá de un cálculo equívoco de las opciones, sino de lo que naturalmente se vaya requiriendo. Así, el puesto de trabajo se enfoca como una pauta del tratamiento, desde la humildad y asumiendo las limitaciones, pero también las potencialidades, sin afán de competencia mal entendida. Es decir, dejándose llevar por el tratamiento y los terapeutas.
Deja una respuesta