
En los últimos años, las neurociencias y, específicamente, la neurobiología de la adicción, no han cesado de descubrir nuevos hallazgos sobre esta enfermedad mental. Una de las áreas del cerebro que más se está investigando desde hace dos décadas es el rol de la corteza insular en las conductas adictivas. Principalmente en lo que respecta a su implicación en el deseo compulsivo, y la recaída, del consumo.
Entender el cerebro para entender la adicción a las sustancias de abuso
Ciertamente, con el surgimiento de la neurociencia se ha avanzado muchísimo en lo que concierne a la adicción como enfermedad mental. Cada vez se conocen más puntos neurales que intervienen en la conducta adictiva. Y uno de los más recientes descubrimientos neurobiológicos fue la implicación que tiene la corteza insular en el mantenimiento de las adicciones.
La ínsula es una estructura cerebral difícil de captar a simple vista, ya que se encuentra escondida en la profundidad de la cisura de Silvio; en el surco lateral del cerebro justo donde confluyen los lóbulos temporal, frontal y parietal. De ahí que pasase más desapercibida que otros núcleos cerebrales.
Hasta ahora existían evidencias de que todas las drogas activan al sistema de refuerzo de recompensa y aumentan el nivel de dopamina en el núcleo Accumbens. Lo que significa que nuestro cerebro recibe una alerta de que esa sustancia —o circunstancia— actúa de forma beneficiosa para la supervivencia y el bienestar.
Entonces, tras el consumo de la droga, millones de conexiones y de sinapsis en distintas regiones cerebrales se activan con dos objetivos básicos. Primero, aprender cómo conseguir esa sustancia que provocó esa liberación de dopamina. Segundo, tratar de repetir esa acción todos los días, porque de ello depende el bienestar. Es por ello que la adicción se basa en una repetición o refuerzo de la conducta.
En efecto, esto es lo que sucede en el cerebro de algunas personas proclives a desarrollar la enfermedad de la adicción. Hablamos de en torno al 20 % de la población; en cuyo caso, este refuerzo de conducta, basado en el empleo de sustancias psicoactivas, va a volverse indispensable.
Así, el consumo de drogas de abuso —u opioides utilizados cómo fármacos— repercute en el sistema nervioso central y varias áreas cerebrales. Precisamente, en las regiones cerebrales implicadas en la toma de decisiones, la gestión emocional y la conducta. Como sucede con la corteza insular.
¿Qué es la corteza insular y el sistema sensorial interoceptivo?
Existe un sistema neuronal que lleva información interoceptiva al cerebro. Esto es, percepciones conscientes de sensaciones somáticas –temperaturas, dolor, cansancio muscular— y sensaciones viscerales como el malestar gastrointestinal o la sensación de asfixia. Estas sensaciones conscientes están reguladas por el sistema sensorial interoceptivo, que, a su vez, nace de la interacción del tálamo y la corteza cerebral.
El sistema interoceptivo está compuesto por la corteza insular, o ínsula. La cual está ubicada en la profundidad de la cisura de Silvio. A su vez, conforma el mesocórtex o sistema paralímbico, un centro de conexión entre sistema límbico y el neocórtex. Su particularidad es que no es visible, al estar oculta en lo profundo de uno de los surcos del cerebro. De ahí que haya sido poco estudiada hasta hace escaso tiempo.
Desde un punto de vista sensorial, el sistema interoceptivo se complementa con el sistema sensorial exteroceptivo, que regula los estímulos sensoriales como la vista y la audición. Pero su mayor diferencia es que la información de los interoceptores generalmente va acompañada de decisiones conductuales. Es decir, acciones tomadas a fin de intentar resolver un problema sensorial o emocional.
Por ejemplo, en neuroimágenes se aprecia un aumento de la actividad neuronal de la corteza insular en respuesta a estímulos interoceptivos simples como temperatura; dolor, cambios en la presión sanguínea y distensión pulmonar. O, en otra región de la ínsula, se incrementa su actividad neuronal cuando los sujetos experimentan distintas emociones. Como pueden ser felicidad, ira, tristeza, excitación sexual o pánico.
Asimismo, la corteza insular es la parte del cerebro que advierte a otras zonas cerebrales de sucesos dolorosos ante los que se debe actuar de una determinada manera para evitarlos o aliviarlos.
Así, si la amígdala tiene protagonismo en la creación de recuerdos negativos o desagradables; la ínsula es la responsable de enviar tales señales de alerta, sobre todo a la corteza prefrontal. Formando, así, un nexo entre la información sensorial y los estados emocionales del sujeto y las funciones cognitivas; que ejecutarán una acción concreta, previa toma de decisiones.
Las funciones principales de la ínsula
La ínsula, como todo lóbulo cerebral, se encarga de diversos procesos psicológicos complejos, en los que se integra información proveniente de distintas áreas del sistema nervioso. Estando muy relacionada con procesos abstractos, de toma de decisiones, sensaciones somáticas, estados emocionales, necesidades corporales y neuro-asociaciones subjetivas.
En el caso de las adicciones, la corteza insular está estrechamente vinculada con los síntomas del síndrome de abstinencia. Ya que la ínsula es el área neurobiológica donde se aloja la experiencia emocional consciente del deseo compulsivo de consumir droga. Un deseo que, cuando el consumo es crónico, tiene como finalidad aliviar el malestar físico, psicológico y emocional que provoca la abstinencia.
No obstante, cabe destacar que la corteza insular cumple diversas funciones, más allá de su implicación en adicciones y el síndrome de abstinencia. Entre las que están:
- Percepción del sentido gustativo: en la ínsula la información gustativa se convierte en una experiencia consciente y subjetiva.
- Control visceral: tiene la responsabilidad de mantener el organismo en orden, sobre todo en cuanto a regulación de las vísceras y los órganos. Aportando sensaciones vinculadas al sistema cardíaco, respiratorio y digestivo: sensaciones de náuseas, malestar gastrointestinal, opresión en la garganta, etc.
- Función vestibular. La ínsula recibe información consciente sobre el cuerpo, su equilibrio y su posición en el espacio. Asimismo, orienta las conductas a dar respuestas a las necesidades corporales.
- Asociación entre percepción y emoción. En esta región se establecen las asociaciones entre percepción subjetiva, emoción y experiencia. Aquí se procesa, por tanto, las neuro-asociaciones entre sensaciones subjetivas agradables o desagradables, acciones concretas para disfrutarlas o evitarlas y pensamientos y aprendizajes al respecto.
- Reconocimiento de los estados emocionales. La ínsula se activa cuando buscamos reconocer y regular las emociones de forma consciente y utilizar la empatía con los demás.
Todas estas funciones indican que la corteza insular tiene un papel preponderante en la percepción consciente de sensaciones somáticas. Pero también en el procesamiento de información homeostática y emocional, y en la conducta que se realice ante ese estado emocional o sensorial.
La corteza insular y su implicación en las adicciones
Hasta ahora se sabe que una persona con tendencia a desarrollar adicción pasará del consumo esporádico al consumo habitual. Y si se ha instaurado en ella el hábito, significa que el consumo es algo automático. Esto se debe a que el consumo crónico de sustancias de abuso altera profundamente los sistemas neuronales que controlan las emociones y las conductas motivadas. Generando, pues, acciones automáticas de estímulo-respuesta que convierten a la droga en un poderoso refuerzo que dirigen la conducta humana.
En esta modificación de la funciones neuronales, la red cerebral implicada en el control cognitivo es la que más afectada por las drogas. Este conjunto de núcleos cerebrales están detrás de las funciones ejecutivas; las cuales se manifiestan en los cambios conductuales, la toma de decisiones o la resolución de problemas. También en la función del control de conductas inhibitorias, lo que lleva a recaer en el consumo.
Por otro lado, los adictos a las sustancias psicoactivas muestran un deseo compulsivo de consumo que puede desencadenarse por factores ambientales. Por ejemplo, el lugar donde habitualmente se obtienen o consumen la droga. Pero principalmente se ve incitado por las situaciones de estrés y por los períodos de abstinencia, que generan síntomas de intensa incomodidad.
Evitar estos estados desagradables o ansiosos es lo que motiva a los adictos a moverse en pro de la consecución de nuevas dosis de drogas. Cuando esto sucede, se observa una actividad neuronal precisa en la corteza insular, así como en otras estructuras cerebrales.
Así pues, el sistema interoceptivo, con la ínsula a la cabeza, registra una importante actividad ante las señales de recuerdos o sensaciones dolorosas vinculadas a la interrupción del consumo. Pero también se activa con la percepción emocional subjetiva ante la idea de volver a consumir, que puede ser positiva para el adicto.
El papel de la corteza insular en el síndrome de abstinencia
La percepción de estados emocionales negativos es un síntoma común del síndrome de abstinencia, dado que supone una experiencia de intensos sentimientos de malestar. Percepción emocional que el adicto solo puede aliviar consumiendo la sustancia a la que se está enganchado. Esta es la conducta dirigida por la persona adicta —consumir— ante un estado emocional negativo —abstinencia— o positivo —lugares y hábitos de consumo—. Y, obviamente, el motivo por el cual muestran tanta tendencia a las recaídas.
Pues bien, la estructura encargada de mediar entre el deseo compulsivo de consumir y los malestares emocionales propios de la abstinencia es la corteza insular interoceptiva. Además, esta asociación entre emociones y acciones se traspasa como información interoceptiva o de necesidades del cuerpo, a las cortezas prefrontales ejecutivas. Las cuales, como encargadas del control cognitivo, regulan la conducta de la persona.
Por consiguiente, se puede entender por qué la voluntad y el pensamiento de un adicto están a merced de la consecución y el consumo de las drogas. Porque para esa persona la droga funciona como alivio y remedio que impide estados ansiosos y compulsión. De ahí que su toma de decisiones esté debilitada por el deseo compulsivo de consumir.
En realidad, lo que sucede es que esas áreas cerebrales encargadas de los procesos lógicos, emocionales y conductuales están anuladas por la adicción. Es por ello que hoy en día sabemos que la adicción a sustancias es una enfermedad mental.
Conocer el impacto que tiene la acción de la corteza insular en la enfermedad de la adicción, dadas sus múltiples funciones, puede ser de gran ayuda. Pues saber que la región insular interviene en la integración entre emoción y cognición, y el intenso deseo de consumo puede contribuir a encontrar un tratamiento más efectivo para evitar recaídas. Así pues, estamos ante una solución potencial para desarrollar nuevas terapias.
La neurobiología de la adicción y la atención a las emociones como tratamientos eficaces
El consumo de drogas abusivo modifica diversas áreas neurales y hace sentir a la persona adicta que necesita consumir imperiosamente. De hecho, este mecanismo de neuro-asociación entre consumo de droga y recompensa supone toda una modificación de las estructuras cerebrales.
Con todo, en el caso de las adicciones, está constatado que son varios los factores —genéticos, fisiológicos, psicológicos, emocionales, ambientales, familiares, sociales— que influyen en su aparición. Por eso muchas veces se denomina a la adicción como una enfermedad bio-psico-social.
Estos factores, unidos a las alteraciones neurobiológicas producto del consumo crónico, imposibilitan el abandonar una drogadicción sin ayuda profesional. O en otras palabras, sin pasar por un tratamiento de desintoxicación intensivo, donde se trate simultáneamente la adicción desde diversos enfoques: clínico, terapéutico, emocional, social, etc.
En este sentido, los sentimientos de malestar que los adictos experimentan durante los períodos de abstinencia son un factor clave en el mantenimiento de la adicción. Ellos son los que motivan la búsqueda y el consumo de drogas constantes.
De hecho, Gabor Maté, experto en adicciones, afirma que es imposible entender una adicción sin preguntarse qué alivios o esperanzas encuentra la persona cuando consume. Porque lo cierto es que se recurre a una adicción para llenar vacíos emocionales o existenciales o para tapar la incapacidad para conectar con los demás. Pero también, en los casos de dependencias, se trata de evitar un malestar neurofisiológico y psicológico que genera ansiedad y estados emocionales alterados. Como es propio del síndrome de abstinencia.
Por tanto, la supresión transitoria de la actividad neuronal de la ínsula mediante técnicas no invasivas podría ser una nueva terapia para erradicar el deseo compulsivo. Pero siempre será necesario combinarlas con atención psicoterapéutica que ayuden a resolver los estados emocionales que promueven el uso de drogas. Porque la figura central de todo tratamiento siempre es la persona, no la sustancia.
Referencias consultadas
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Sánchez García, A. (2021). Implicación de las drogas de abuso en el área insular del cerebro. Recuperado de https://bit.ly/3PISLtY
Redactora de comunicación en el Instituto Castelao.
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