Continuación del artículo «La experiencia de un adicto en recuperación»
RECUPERACIÓN
Y, ahora, vendría la pregunta del millón, la panacea: ¿Cómo nos recuperamos? El proceso toma tres vías:
- Desintoxicación
- Deshabituación
- Rehabilitación
El primer paso es muy rápido y relativamente sencillo, en menos de una semana todo vestigio de alcohol o cualquier otra sustancia psicoactiva habrá desaparecido de nuestro enfermo cerebro. En unos días recuperaremos un aspecto saludable fruto del brusco cambio hacia hábitos sanos: alimentación, deporte, sueño, rutina… En la mayoría de los casos, es la primera vez que en años dejamos descansar a nuestros maltrechos órganos intoxicados por el alcohol.
La deshabituación en un entorno terapéutico es relativamente sencilla de conseguir, en unas semanas de asistencia diaria a terapias vamos conociendo nuestra enfermedad y cómo se manifiesta. La irascibilidad de años de consumo va tornando, de modo que nuestras familias observan bruscos cambios fisiológicos y conductuales muy favorables y, lo que es más importante:
No tienen que vivir esperando esa angustiosa llamada: “Ha tenido un accidente, llegó de madrugada, no asiste al trabajo, se le ha olvidado recoger al niño del colegio, no ha ido a clase…” Y esa serie de destrozos que tanto adictos como familiares conocemos muy bien.
Relativamente pronto conoceremos la teoría de cómo funciona nuestra enfermedad: Si tenemos jaqueada nuestra capacidad de decisión (córtex) por nuestro cerebro medio, será tan sencillo como no tomar ningún tipo de decisión. Para enseñar a nuestro cerebro que le hemos instalado “un cortafuegos” situado antes de realizar cualquier acción (por sencilla que resulte), limitándonos a llevar una estricta rutina de acciones. Parece fácil, ¿verdad? No conviene olvidar que tenemos que rehabilitar un cerebro enfermo con el propio cerebro enfermo, es como si tuviésemos que recuperar una rotura de brazo, ejercitando el propio brazo roto.
Durante semanas, nos volveremos obedientes devotos, lo que incluso hará pensar a nuestras familias que nos están lobotomizando, pareciendo miembros de una secta. En cualquier caso, es la primera vez en muchos años que nos sentimos satisfechos de nosotros mismos, la primera vez en muchos años que no estamos atenazados por las drogas. Es este el momento cuando empezará la rehabilitación, nuestro aspecto físico es saludable, nuestro carácter ha cambiado gracias a la ausencia de sustancias psicoactivas, ha desaparecido la irascibilidad, la sinrazón, las discusiones, los destrozos. Nuestra familia se encuentra muy satisfecha con el resultado. Llevamos ya unos meses sin consumir, nos hemos incorporado a la vida familiar pero aún no lo hemos hecho a la laboral, ni a la social.
Por decirlo de alguna manera, hemos creado un nuevo “personaje” en rehabilitación antagónico a aquél que consumía de forma circadiana. Nuestra capacidad intelectual se va recuperando, empezamos a lograr retomar actividades intelectuales abandonadas tras años de consumo, nuestra familia valora de forma sorprendentemente positiva los cambios que va notando en nuestra personalidad, vamos recuperando la credibilidad perdida. Y eso, sin lugar a dudas, va haciendo que vayamos cogiendo confianza en nosotros mismos, vuelve el reconocimiento familiar en primera instancia, y laboral después. Todo aquel que nos rodea observa un brusco cambio, nos convertimos en personas afables, empáticas, que sabemos escuchar.
Pero…, porque siempre nos encontraremos con un pero. Seguimos teniendo el mismo cerebro enfermo, y los mecanismos de comunicación entre nuestro córtex y nuestro cerebro medio siguen siendo igual de imperfectos que el primer día que dejamos de consumir. Seguimos sin ser los dueños de las decisiones atenientes al consumo de sustancias que deriven de una ingesta antinatural de dopamina.
Si hacemos las cosas igual que antes, el resultado volverá a ser el mismo, el consumo. Además, y por si todo esto fuera poco, será nuestro cerebro el que cada mañana intente engañarnos con falsas sensaciones de control y bienestar. De ahí la imperiosa y necesaria metodología de las terapias grupales para que nuestros propios compañeros vayan corrigiendo nuestras conductas adictivas. Y, ¿a qué llamamos conductas adictivas? Pues a cualquier conducta cuya consecuencia o relevancia nuestro cerebro interprete que es de mayor importancia que no consumir. Debemos imponer un nuevo orden jerárquico en nuestro cerebro, en el que habrá de primar no consumir y, en consecuencia, evitar toda situación que pueda recordar o conllevar al consumo. De la misma manera que se instaló la necesidad de consumo donde no debía, tendremos que instalar la necesidad de no consumo en ese mismo lugar, reemplazándola. Y esa tarea será larga en el tiempo y se necesitará mucho trabajo y práctica.
En principio, tenemos que tener presente que nuestro actual organigrama cerebral, aún llevando unos años sin consumir, nos llevará indefectiblemente a la recaída y consumo. No seremos capaces de reinstaurar nunca el consumo de drogas al lugar donde nunca debió de dejar de estar: Una elección puntual. En el cerebro de un adicto el consumo de drogas nunca dejará de estar en la zona que escapa al control racional, de ahí que nunca podremos volver a consumir ninguna sustancia cuya consecuencia se traduzca en una antinatural inyección de dopamina.
EXPERIENCIA DE ABSTINENCIA
Me gustaría contar mis experiencias desde que dejé de consumir:
El 6 de marzo de 2017 fue el último día que bebí una botella de 3/5 de manzanilla a las 6:30h de la mañana. Las 11h, llegaba al Centro, en el bien entendido que mi periodo de ingreso rondaría las dos/tres semanas (si nos dijeran el alcance y la duración del tratamiento saldríamos todos corriendo). A las 12 no tenía ni móvil ni ninguna posibilidad de contacto con el exterior. A las 5 de la tarde mi primera terapia. Estuve ingresado (pernoctando exclusivamente en un aparthotel) desde aquél 6 de marzo hasta el 13 de junio.
No puedo dejar de recordar un día de finales de marzo en que, tras haber aprendido la teoría de la enfermedad y su tratamiento, interpretaba que estaba listo para retomar mi vida, y mantuve una entrevista con el gerente manifestándole mis intenciones. Y sólo años más tarde entendí su respuesta condescendiente; cuando mi mujer se enteraba sólo dos horas más tarde, se negó en rotundo y, con la anuencia de mis hijos ya mayores (24 y 20 años), me dijo que si me marchaba del centro no contase ni con ella ni con los niños. ¿Qué hacer? Se lo debía, no podía volver a darle un disgusto y me comprometí a no dejar el centro hasta no obtener el alta terapéutica. Hoy, 39 meses más tarde, no deseo que me den ese alta nunca.
Lo cierto es que estaba completamente convencido de que me encontraba listo para enfrentarme a una vida sin drogas. ¡Que engañado estaba! Es ahí cuando te das cuenta que ese cerebro enfermo (que empieza a funcionar correctamente para algunas cosas) sigue estando enfermo en lo que a drogas se refiere. Ves a un compañero abandonar y días más tarde te enteras de que ha recaído. ¿Me pasará esto a mí?
Nos dicen en terapia los compañeros más veteranos que es momento de hacer y no de pensar, y ¡qué razón tienen! Pero, a mí, un empresario, ¿me van a decir unos yonkis cocainómanos y porretas lo que yo tengo que hacer, porque simplemente se me ha ido un poco de las manos el consumo de alcohol? Son razonamientos del cerebro enfermo que no sabemos identificar como tales y que tardaremos mucho tiempo en identificar.
A lo largo de muchos años de consumo, nos hemos creado un personaje (cada uno el suyo) que alimenta diariamente de excusas a nuestro enfermo cerebro para el consumo: Una celebración, consumo; una noticia triste, consumo; todo lo que nos sucede se constituye en excusa para el consumo: Si mi equipo gana, consumo; y si pierde, también. Si mi hijo es fantástico, consumo; y si es un patán, también. Hemos creado un bucle abocado al consumo durante muchos años. Sólo contando nuestras emociones en terapias grupales, con compañeros y terapeutas que llevan mucho tiempo rehabilitados o que están en proceso de rehabilitación, nos irán desmontando todas y cada una de las excusas usadas para el consumo. A esto contribuirá, especialmente, el momento cuando nosotros, en primera persona, empecemos a detectar en nuestros compañeros sus conductas adictivas.
Nuestras terapias son duras, a veces incluso crueles, donde nos despojamos de todo lo accesorio y nos mostraremos tal cual somos. Llenos de miedos, esos mismos que nos llevaron a ser unos adictos, esos que nos hicieron sentir insatisfechos con el estilo de vida que llevábamos, esos mismos que nosotros creamos para consumir; pero también serán fuente de satisfacciones. Esos miedos por los que nos hemos visto atenazados no son tales, no estaremos solos, nos ayudaremos cual centuria romana e iremos todos a una, empezaremos a discernir en nosotros un individuo que aprenda a quererse tal cual es, sin drogas, porque es digno, porque no tiene traba ni limitación alguna.
Porque no va a necesitar drogarse para ser feliz, porque aprenderemos a encontrar la felicidad en esas pequeñas cosas que nos depara la vida, esas intangibles a las que tan poca importancia otorga esta sociedad y tan determinantes son para nuestro Ser. Aprenderemos a alcanzar una Paz interior digna de un monje budista, porque sólo nosotros sabemos el sufrimiento que nos detraería un nuevo consumo, porque en realidad la felicidad está en vivir el camino, no en el disfrute efímero de llegar al destino.
RECUERDOS VIVENCIALES
Me vienen a la memoria distintos recuerdos: Los muchos compañeros de terapia que se abandonaron a su suerte, algunos de ellos ya fallecidos. Los muchos compañeros de terapia que me reencuentro con el tiempo disfrutando de su nueva vida.
Algunos sabios consejos de compañeros y terapeutas en mi recuperación:
De lo que te digan tus compañeros tómalo todo, escúchalo y mira qué hay de verdad en ello. Importa el mensaje, no el mensajero.
No debes transgredir (sólo un adicto sabe que en la mentira está la droga, no hablo de mentirijillas, pero sí de aquellas que echábamos a miles y a diario para justificar nuestros consumos).
La recuperación debe suponer un traje con el que cada mañana nos vestimos para protegernos de las drogas, no un examen en que haya que obtener un buen resultado. Antes que padres, hijos, empresarios, trabajadores, deportistas, somos adictos. La droga siempre ha estado en la pirámide de nuestra vida. Ponte en duda. Hay que rehabilitarse con, sin y a pesar de.
Para renunciar a las drogas tienes que ser capaz de renunciar a todo; en aquello a lo que no renuncies encontrarás tu droga. Si no estás dispuesto a renunciar a todo no estarás dispuesto a renunciar a las drogas. Pero, tal vez, el más determinante y que me creeré a pies juntillas mientras viva, es: Tienes un cerebro enfermo perfectamente automatizado para el consumo y no puedes fiarte del mismo, así que ten fe en el criterio de tu terapeuta y tu grupo.
Tengo 55 años y estoy empezando una nueva vida, con una nueva escala de valores, seguramente conservo mucho del adicto que nací y que viví, su esencia, su genética, pero creo que poco más. Y, sinceramente, no me preocupa no sentirme reconocido muchas veces, al contrario, me gusta verme sorprendido por mí mismo.
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